Estreno de Craft Beer Love
notas de Cenzo A. de Haro
Toledo, 1 de octubre de 2018
Maru me recordaba ayer, mientras tomábamos unas cervezas en una terraza hasta que fuese la hora del estreno, aquélla conversación que tuvimos hacía justo un año, cuando volvíamos de rodar en la costa murciana. Yo conducía. Ella, mi copiloto. Apenas sumaban 72 horas que la conocía y aun así parecía que ese lugar, a mi lado derecho, lo hubiese ocupado siempre. Fluyeron los recuerdos de lo recién vivido, las emociones, el vacío tras el final de un rodaje –al menos de sus escenas- y los miedos. Mi miedo a repetir la historia del proyecto inacabado. Mi miedo a la post producción. Mi miedo a que la historia no llegara a la gente, pero ante todo, el miedo a no verse nunca proyectado, a quedarse estancado y que el posibilismo y la conveniencia se adueñara, de nuevo, de una producción difícil. La acabábamos de retomar tras unos meses de parón obligado. De bloqueo, diría yo. En un año habíamos realizado sólo 7 días de rodaje. Todavía quedaban por delante otros 7. Todo exteriores. Todo lejos de casa. ¿Tendremos buen tiempo? ¿Nos pasaremos de presupuesto? ¿Faltará alguien del equipo? Emergieron otras preguntas más complejas. ¿Merece la pena? ¿Por qué haces el corto? ¿Qué quieres contar? En ese momento me fui a lo evidente: quiero divertirme, formar un equipo, y que el equipo esté satisfecho con el trabajo hecho. No había pretensiones ni cinematográficas ni comerciales. Simplemente rodearme de gente válida, en lo profesional y lo personal, formar una familia efímera con quien contar una historia cualquiera, por básica que fuera. Aunque, esa historia de chico conoce a chica, en verdad, dijera tanto sobre mí. No quise pensar que uno de esos miedos fuera el de la aceptación de los demás. Quizá hubo un poco de todo.
Quería formar una familia efímera con quien contar una historia cualquiera, por básica que fuera. Aunque, esa historia de chico conoce a chica, en verdad, dijera tanto sobre mí.
El día de ayer, el del estreno, que significaba “proyecto finalizado”, era todo un hito. Pareció ser una utopía en su momento. De hecho, hasta el mismo sábado por la tarde no pude tener una copia final y en condiciones de entrega. Repito: post producción, mi talón de Aquiles. Ese pendrive contenía la historia finalizada; pero también llegaba a manos de Harry, propietario del Cine Central de Sonseca, cargado de contratiempos. Por eso, cuando Harry me llamó tras realizar el test a pocas horas del estreno, me esperé lo peor. “Cenzo, imagen y etalonaje impecable, sonido estéreo claro y bien diseñado. Está todo listo”. Palabras divinas. Así llegué a Sonseca, cargado de ganas por enseñar la historia, por ver a mi equipo, abrazarles y pensar que, por unas horas más, volvíamos a ser una familia. Que tomaremos cervezas, que nos reiremos, que nos emocionaremos, que recordaremos lo que pasaba hace un año, que cenaremos y nos despediremos. Estaba feliz. Memorizaba cómo quería presentarles ante el público de Sonseca, el primero que vería nuestra historia. También cómo explicarle a ese público qué van a ver, evitando justificar la realización de una nueva obra, porque no tenía que justificar haberla hecho. Simplemente quería disfrutar con ellos. Pero, a diez minutos del estreno, Harry me volvió a llamar: “Cenzo, tenemos un problema, el servidor se ha caído”. Entonces no sabía exactamente qué significaba todo eso. Sólo sentía la bofetada que me despertaba del sueño. Una bofetada que nos tuvo a Harry, María José, David y a mí aislados durante dos horas en la sala de proyección. De lo que puedo recordar, creo que le dije a Kalderas y a Maru que me echaran un capote con el público mientras recolectábamos ideas, cables, ordenadores, blue ray, más ideas, pen drives, programas de envíos de archivos, nuevas ideas, auriculares destrozados, mesas de mezlcla, pantallas, viajes a casa, a la oficina, escaleras arriba y abajo y vuelta a empezar.
“Cenzo, tenemos un problema, el servidor se ha caído”. Entonces no sabía exactamente qué significaba todo eso. Sólo sentía la bofetada que me despertaba del sueño.
Allí arriba no oía nada. Ni risas, ni quejas y, desde luego, tampoco la banda sonora del corto. Sólo el ventilador de un proyector gigante que tintaba nuestra historia en rojo. Harry, hombre duro donde los haya, se derrumbó. En 14 años de gerencia del Cine Central nunca había pasado algo semejante. Tuvo que ser con “Craft Beer Love”. Yo, sinceramente, no sé muy bien lo que hice aparte de balbucear palabras a micro abierto y esforzarme porque esos miedos de hacía justo un año, los de aquél viaje de vuelta a casa con Maru de copiloto, no se adueñaran de mí.
Los que nos entregamos al cine, estamos condenados a inventarnos la vida y convertirla en una historia. Voy a contarla. Ayer vivimos un estreno de cine en una sala de cine. Vivimos una película de Almodóvar, cuando ante la posible suspensión de la función, Kalderas y Maru salieron a darlo todo ante el público para hacerle la espera más agradable, como la Agrado en “Todo sobre mi madre”. Vivimos la historia cruzada de “Tron”, “El chip prodigioso” y “McGiver” con un protagonista, David, capaz de convertir un auricular en un sistema de sonido y un archivo de móvil en una película 4K. También vivimos la historia de un Don Quijote llamado Harry que, acompañado de una Dulcinea real llamada María José, creen que en la Mancha tiene cabida la luz y el celuloide y no son molinos sino una sala gigante de cine donde ven super héroes y villanos y familias y piratas. Y a un marinero enamorado, remontar el Tajo en su barco hasta amarrar en Toledo. No es invención. Así fue realmente el estreno de “Craft Beer Love”. Gracias Sonseca, Gemma, Ángel Luis, Blanca, Enrique y el resto de voluntarios de la Semana de Cine Corto, los muchos que se quedaron hasta el final, los que vinieron de lejos, los más próximos, los todavía no conocidos, por haber hecho inolvidable mi primer estreno en una sala de cine y convertirlo en eso, puro cine. Era cierto. Si lo hubiésemos hecho a posta no hubiese habido tanto sufrimiento; pero tampoco tanta emoción ni magia. Lo voy a recordar siempre.